domingo, 26 de mayo de 2024

ENCUENTRO LITERARIO CON EL ESCRITOR ZAFRENSE, LUCIANO FERIA HURTADO

 CLUB DE LECTURA INTERGENERACIONAL CON LUCIANO FERIA HURTADO

 


 

 El próximo otoño, el IES Los Moriscos de Hornachos contará con la presencia del escritor zafrense, Luciano Feria Hurtado

Nacido en Zafra, el 30 de junio de 1957, Luciano Feria es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Extremadura. Ha ejercido la docencia durante más de treinta y cinco años en el Instituto “Suárez de Figueroa” de Zafra.
Escritor comprometido con el ser humano y su obra, comienza a publicar, con tan solo veinte años, un corpus literario de extraordinaria valía. El instante en la orilla (1989), Fábula del terco (1996) y De la otra ribera (2004) son los tres títulos de la primera serie, formalmente poética, que fueron agrupados en el volumen Sentido y melancolía, en  2020. Estos poemarios se encuentran interconectados con los títulos de la segunda serie, una trilogía de sesgo narrativo, La ciudad y la siembra, iniciada con El lugar de la cita (2019); seguida de un segundo volumen, Colonizaron nuestras almas, que culminará en Capítulos de espera, aún en proceso.

La lectura e interpretación de su creación artística dota de sentido a nuestra existencia; nos permite aceptar las imperfecciones humanas y reconciliarnos con nosotros mismos y con nuestros semejantes, e incorporar a la vida cotidiana la revelación estética: el sentido de la trascendencia, encarnada en los términos de felicidad, sabiduría y libertad. 

La obra que interpretaremos será Fábula del terco.


   RESEÑA DE LA OBRA, FÁBULA DEL TERCO, DE LUCIANO FERIA HURTADO

  

   A modo de introducción, esbozaré unas breves líneas sobre esta obra tan especial, con todo el cariño y admiración que le profeso a mi querido profesor y amigo, Luciano Feria Hurtado.

   Galardonada con el Premio Vicente Gaos, Ayuntamiento de Valencia, en 1996, Fábula del terco es un bellísimo poema de treinta y cinco cantos del escritor extremeño, Luciano Feria Hurtado: el relato de una experiencia espiritual y artística, extraordinaria y conmovedora, de un proceso encaminado a la conquista de la libertad.

    Cuando hablo de libertad, utilizo el término en el más amplio sentido de la palabra.

    En primer lugar, el poeta, guiado por la luz de su corazón, elige libremente el camino de la escritura: sabe que la poesía es su sustento de vida. A través de la palabra poética, el artista se adentra en el más puro de los mundos para vivir una vida en plenitud. Tiene, por tanto, fe en la literatura y en su poder de transformación. Es terco en sus pretensiones, aunque sabe que el camino que debe recorrer es arduo y espinoso, pero no desfallece en el intento:

       “…  Y la luz del corazón era el entendimiento profundo de los actos. El

 corazón

era la benevolencia profunda hacia los actos.  La confianza,

 el volumen más sólido de la luz, el acto más afortunado del hom-

bre.

Y el amor un monte arriba de nuestras discordias…”

 

      En segundo lugar, el yo lírico se ha liberado cuando ha asumido el carácter ambivalente de la vida: la victoria y la derrota. Como cualquier ser humano, en muchos momentos de nuestra existencia, nos sentimos desfallecer; experimentamos la misma sensación que Sísifo, la vida nos devuelve a la cruda realidad. Afloran, pues, los miedos, las dudas, el temor a no poder desarrollar nuestro proyecto de vida, a ser felices. Pero, entonces, un joven guerrero, guiado por la fuerza sublime del amor y pertrechado con la sabiduría aprendida de los grandes maestros, renace de las cenizas y emprende un largo exilio por mar‒ días, meses, años‒, para fundar una nueva ciudad, el poema:

 

       “…Tras una guerra intensa en lo hondo del hombre, amor mío, toda es-

        critura es la fábula absoluta de la terquedad: esa mirada cóncava,

        barro y misterio, esa mirada exacta, ese cántaro detenido

 

        en el centro fecundo y límite del desierto: al borde intraspasable y definitivo

        de la luz.

        En Bríndisi, pues, ya estaba presintiéndose otra nueva ciudad…”

    

     El mar está también presente en la segunda etapa de Juan Ramón, cuando inicia la senda hacia la poesía pura de camino a Nueva York para casarse con Zenobia. Para emprender este proceso, debe purificarse‒ abandonar la casa‒, símbolo de clara reminiscencia sanjuanista; la noche, entendida como tránsito o camino. Al principio, reina la oscuridad, el miedo, diciembre, los temores a sufrir un fracaso; pero, a medida que nos vamos adentrando en el sendero, reverbera la luz, la confianza en uno mismo y en las posibilidades de creación:

 

                                    “…Padre:

    Mi vida se ha asomado a un abismo de luz”.

 

   En tercer lugar, la conquista de la libertad también se muestra en el carácter comprometido del poeta, desde el mismo instante en el que se reencuentra con los otros, alcanzando el sentido de la plenitud. Reivindica el componente espiritual y sentimental del ser humano, en una sociedad sojuzgada bajo el poder de un feroz capitalismo que enajena al individuo y coarta sus impulsos vitales. La huella del poema de Lorca “Grito hacia Roma” es un alegato en favor de una sociedad libre, inclusiva y solidaria con los más desfavorecidos, pese a la indolencia de los poderosos:

 

    “…A finales de siglo, la tierra es presidida por una diosa amarilla, mu-

    da,

    y el hombre no tiene sed, tiene miedo a la oscuridad, no grita ebrio…”    

 

    Pero el yo lírico se rebela, él sí tiene sed de conocimiento: necesita profundizar en el misterio del ser humano, dar respuesta a las voces del desierto, a los hombres del desierto ‒las luchas interiores con sus luces y sus sombras‒ y ahondar en el sentido de la trascendencia:

 

            “…Aquel poema le dio serenidad para mirar la muerte.

             Aquel poema tuvo palabras con las que vio el misterio.

             Aquel poema quiso ser una guía para otra oscura ascensión.

             Pero no sabía nada… No sabía nada:

             “Dios mío, estoy ciego…”

 

               “…A veces,

               el poeta no tenía sed. No supo de la sed,

               pero escribió en su libro sobre la memoria la palabra agua,

               porque los hombres del desierto

               ‒las voces del desierto‒

               le entregaron al alba

               la antorcha ungida con el aceite…”

 

                  Finalmente, después del viaje emprendido, el yo lírico, recuperada la candidez de niño y puro de espíritu, regresa finalmente a su casa con su amor, Rosa, absolutamente renacido y lleno de vida:

            

              “Qué dulce ha llegado la noche a la ciudad y al texto. Qué limpio

              está quedando al fin el corazón.

              Mientras coges la llave del portal donde habitas, antes de entrar,

               Miras alrededor cómo otros niños juegan y su calle es de asfalto,

               Cómo otros niños juegan pero dentro del pecho

               resuena el mismo mar que les dará la vida.

               De nuevo, poeta, has buscado con el verbo

               el cauce más antiguo

               de la serenidad. Has sido fiel a tu palabra.

               Rosa, amor mío: he terminado el libro. Estoy en casa”.

                       

 

                                                                                 Fdo.: Montserrat Álvarez Benavente


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