CLUB DE LECTURA INTERGENERACIONAL CON LUCIANO FERIA HURTADO
El próximo otoño, el IES Los Moriscos de Hornachos contará con la presencia del escritor zafrense, Luciano Feria Hurtado
Nacido en Zafra, el 30 de junio de 1957, Luciano Feria es licenciado
en Filología Hispánica por la Universidad de Extremadura. Ha ejercido la
docencia durante más de treinta y cinco años en el
Instituto “Suárez de Figueroa” de Zafra.
Escritor comprometido con
el ser humano y su obra, comienza a publicar, con tan solo veinte años, un
corpus literario de extraordinaria valía. El instante en la orilla
(1989), Fábula del terco (1996) y De la otra ribera (2004) son los tres
títulos de la primera serie, formalmente poética, que fueron agrupados
en el volumen Sentido y melancolía, en 2020. Estos poemarios
se encuentran interconectados con los títulos de la segunda serie, una
trilogía de sesgo narrativo, La ciudad y la siembra, iniciada con El
lugar de la cita (2019); seguida de un segundo volumen, Colonizaron
nuestras almas, que culminará en Capítulos de espera, aún en proceso.
La lectura e interpretación de su creación artística dota de sentido a
nuestra existencia; nos permite aceptar las imperfecciones humanas y
reconciliarnos con nosotros mismos y con nuestros semejantes, e
incorporar a la vida cotidiana la revelación estética: el sentido de la
trascendencia, encarnada en los términos de felicidad, sabiduría y
libertad.
La obra que interpretaremos será Fábula del terco.
RESEÑA
DE LA OBRA, FÁBULA DEL TERCO, DE LUCIANO FERIA HURTADO
A modo de introducción, esbozaré
unas breves líneas sobre esta obra tan especial, con todo el cariño y
admiración que le profeso a mi querido profesor y amigo, Luciano Feria Hurtado.
Galardonada con el Premio Vicente Gaos, Ayuntamiento
de Valencia, en 1996, Fábula del terco es un bellísimo poema de treinta
y cinco cantos del escritor extremeño, Luciano Feria Hurtado: el relato de una
experiencia espiritual y artística, extraordinaria y conmovedora, de un proceso
encaminado a la conquista de la libertad.
Cuando hablo de libertad, utilizo el
término en el más amplio sentido de la palabra.
En primer lugar, el poeta, guiado por la
luz de su corazón, elige libremente el camino de la escritura: sabe que la
poesía es su sustento de vida. A través de la palabra poética, el artista se
adentra en el más puro de los mundos para vivir una vida en plenitud. Tiene,
por tanto, fe en la literatura y en su poder de transformación. Es terco en sus
pretensiones, aunque sabe que el camino que debe recorrer es arduo y espinoso,
pero no desfallece en el intento:
“…
Y la luz del corazón era el entendimiento profundo de los actos. El
corazón
era la benevolencia profunda hacia los
actos. La
confianza,
el volumen más sólido de la luz, el acto más
afortunado del hom-
bre.
Y el amor un monte arriba de nuestras
discordias…”
En segundo lugar, el yo lírico se ha
liberado cuando ha asumido el carácter ambivalente de la vida: la victoria y la
derrota. Como cualquier ser humano, en muchos momentos de nuestra existencia, nos
sentimos desfallecer; experimentamos la misma sensación que Sísifo, la vida nos
devuelve a la cruda realidad. Afloran, pues, los miedos, las dudas, el temor a
no poder desarrollar nuestro proyecto de vida, a ser felices. Pero, entonces,
un joven guerrero, guiado por la fuerza sublime del amor y pertrechado con la
sabiduría aprendida de los grandes maestros, renace de las cenizas y emprende
un largo exilio por mar‒ días, meses, años‒, para fundar una nueva ciudad, el
poema:
“…Tras una guerra intensa en lo hondo del
hombre, amor mío, toda es-
critura es la fábula absoluta de la terquedad: esa mirada cóncava,
barro y misterio, esa mirada exacta, ese cántaro detenido
en el centro fecundo y límite del desierto: al borde intraspasable y definitivo
de la luz.
En Bríndisi, pues, ya estaba
presintiéndose otra nueva ciudad…”
El mar está también presente en la segunda etapa de Juan Ramón, cuando
inicia la senda hacia la poesía pura de camino a Nueva York para casarse con
Zenobia. Para emprender este proceso, debe purificarse‒ abandonar la casa‒,
símbolo de clara reminiscencia sanjuanista; la noche, entendida como tránsito o camino. Al principio, reina la
oscuridad, el miedo, diciembre, los temores a sufrir un fracaso; pero, a medida
que nos vamos adentrando en el sendero, reverbera la luz, la confianza en uno
mismo y en las posibilidades de creación:
“…Padre:
Mi vida se ha asomado a un abismo
de luz”.
En tercer lugar, la conquista de la libertad
también se muestra en el carácter comprometido del poeta, desde el mismo
instante en el que se reencuentra con los otros, alcanzando el sentido de la
plenitud. Reivindica el componente espiritual y sentimental del ser humano, en
una sociedad sojuzgada bajo el poder de un feroz capitalismo que enajena al
individuo y coarta sus impulsos vitales. La huella del poema de Lorca “Grito
hacia Roma” es un alegato en favor de una sociedad libre, inclusiva y solidaria
con los más desfavorecidos, pese a la indolencia de los poderosos:
“…A
finales de siglo, la tierra es presidida por una diosa amarilla, mu-
da,
y el
hombre no tiene sed, tiene miedo a la oscuridad, no grita ebrio…”
Pero el yo lírico se rebela, él sí tiene
sed de conocimiento: necesita profundizar en el misterio del ser humano, dar
respuesta a las voces del desierto, a los hombres del desierto ‒las luchas interiores con sus luces y sus sombras‒
y ahondar en el sentido de la trascendencia:
“…Aquel poema le dio serenidad
para mirar la muerte.
Aquel poema tuvo palabras con las que vio el misterio.
Aquel poema quiso ser una guía para otra oscura ascensión.
Pero no sabía nada… No sabía nada:
“Dios mío, estoy ciego…”
“…A veces,
el poeta no tenía sed. No supo de la sed,
pero escribió en su libro sobre la memoria la palabra agua,
porque los hombres del desierto
‒las voces del desierto‒
le entregaron al alba
la antorcha ungida con el aceite…”
Finalmente, después del viaje emprendido, el yo lírico,
recuperada la candidez de niño y puro de espíritu, regresa finalmente a su casa
con su amor, Rosa, absolutamente renacido y lleno de vida:
“Qué dulce ha llegado la noche a
la ciudad y al texto. Qué limpio
está quedando al fin el corazón.
Mientras coges la llave del
portal donde habitas, antes de entrar,
Miras alrededor cómo otros niños
juegan y su calle es de asfalto,
Cómo otros niños juegan pero
dentro del pecho
resuena el mismo mar que les
dará la vida.
De nuevo, poeta, has buscado con
el verbo
el cauce más antiguo
de la serenidad. Has sido fiel a
tu palabra.
Rosa, amor mío: he terminado el
libro. Estoy en casa”.
Fdo.: Montserrat Álvarez Benavente